Draft:Carlos Revilla (Artista)
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Carlos Andrés Revilla Ticos (Clermont-Ferrand, Francia, 19 de agosto de 1940 - Lima, Perú, 12 de diciembre de 2021)

Infancia y adolescencia
Carlos Revilla nació en Clermont-Ferrand, Francia, en 1940, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Fue hijo del diplomático peruano Gustavo Adolfo Revilla Tejada, nacido en Arequipa, y de Micheline Ticos, de nacionalidad francesa. Debido a la carrera de su padre, la familia vivió en diferentes países, incluyendo Argentina, Estados Unidos, Chile y Brasil. En 1945, tras el fin de la guerra, viajaron a América.
Desde su infancia, Revilla mostró interés por el arte y la música, particularmente el piano. Sin embargo, su padre rechazó su inclinación artística, llegando a vender o regalar sus primeras pinturas sin su consentimiento. Su madre, en cambio, lo apoyó y protegió su obra. Finalmente, decidió dedicarse a la pintura y estudió en la Real Academia de Bellas Artes de Ámsterdam entre 1956 y 1961.
Trayectoria artística
Revilla fue un artista plástico cuya carrera estuvo profundamente vinculada al resurgimiento del surrealismo europeo tras la muerte de André Breton en 1966. A partir de 1967, vivió primero en Italia y luego en Bélgica, donde en 1972 conoció al escritor Edouard Jaguer, fundador del grupo Phases, colectivo que representó una renovación del surrealismo desde una perspectiva crítica, distanciada del canon francés tradicional. Esta etapa marcó el inicio de una intensa adhesión de Revilla al imaginario surrealista, que desarrolló durante los quince años siguientes. Su obra de este periodo se caracteriza por una visión perturbadora, cargada de escepticismo, erotismo y crítica a la modernidad industrial, utilizando materiales y emociones de una sensibilidad profundamente contemporánea.¹
Entre 1968 y 1988, Revilla emprendió una aventura plástica de fuerte carga crítica, en la que creó imágenes que aspiraban a ser íconos de una era marcada por la incertidumbre, la pérdida de libertad y la deshumanización. Su trabajo dialoga con el legado de figuras como Max Ernst, Paul Delvaux, Salvador Dalí y René Magritte, pero desde una posición que combina respeto con cuestionamiento. En su obra se hace evidente una apropiación reflexiva del assemblage, incorporando elementos tridimensionales —como brazos y piernas móviles— a la superficie pictórica, lo que dotaba a sus piezas de un carácter objetual y mecánico. Estas figuras, cercanas al maniquí y al autómata, aludían también al juego, la prótesis y la máquina célibe, en un campo simbólico de connotaciones sexuales y existenciales.¹
Durante los años 70, Revilla produjo algunas de sus obras más memorables: máquinas voladoras pintadas con forma de insectos, composiciones con personajes envueltos en rituales de erotismo oscuro, y apropiaciones visuales cargadas de ironía, como su reinterpretación feminizada de Napoleón en Fontainebleau (1845) de Paul Delaroche. Estas obras constituyen una crítica al discurso patriarcal, al autoritarismo histórico y al proyecto tecnocrático europeo posterior a mayo del 68.¹
Aunque residía en Europa, la influencia de la cultura de masas —incluyendo la fotografía de moda de Guy Bourdin y Helmut Newton, y el cine de Buñuel— permeó su imaginario. Estas referencias se traducen en una estética que combina teatralidad, transgresión y una narrativa enigmática, donde la imagen no busca ser explicada, sino experimentada como fragmento de una historia incompleta e irreductible.¹
En el Perú, su obra más provocadora no pudo ser plenamente exhibida durante la década de 1970, debido a la política cultural restrictiva del gobierno militar. Las muestras que presentó en Lima entre 1975 y 1977 incluyeron trabajos menos confrontacionales. Sin embargo, su legado sería reevaluado en décadas posteriores como una de las propuestas más audaces y complejas del arte peruano del siglo XX.¹
¹ Jorge Villacorta Chávez, “Carlos Revilla y el nuevo surrealismo europeo”, noviembre de 2023.
Estilo y temática
El estilo de Carlos Revilla se caracteriza por una constante tensión entre la figuración y la metáfora, en la que conviven el erotismo, la crítica social y la exploración de lo onírico. Su obra puede leerse como una relectura personal del surrealismo, cargada de referencias simbólicas y elementos que aluden tanto al cuerpo como a la máquina, lo orgánico y lo sintético, lo íntimo y lo político. A lo largo de su carrera, construyó un lenguaje visual inquietante, en el que la figura humana aparece fragmentada, articulada o combinada con prótesis y objetos mecánicos, evocando maniquíes, autómatas o juguetes sexuales. Estos cuerpos alterados, muchas veces femeninos, se sitúan en escenarios ambiguos que remiten a rituales, sueños o viñetas narrativas suspendidas en el tiempo.
El erotismo ocupa un lugar central en su obra, pero no como una expresión sensual gratuita, sino como una herramienta crítica que interroga los límites del deseo, la identidad y el poder. En sus composiciones es frecuente encontrar referencias veladas o explícitas al sadomasoquismo, la fetichización del cuerpo y la performatividad del género, dentro de una estética cargada de humor negro y teatralidad. Esta dimensión erótica se conecta también con su interés por la cultura de masas, la moda y la imagen publicitaria, influenciado por fotógrafos como Guy Bourdin y Helmut Newton, cuyas puestas en escena cargadas de tensión sexual marcaron una época.
Desde mediados de los años 80, la figura de su compañera y musa, Jeannette Kollegger, se volvió central en su trabajo. En muchos de sus retratos, Revilla mezcla una sensibilidad casi renacentista con un enfoque contemporáneo del cuerpo femenino, combinando la delicadeza del trazo con la intensidad expresiva y simbólica. A través de ella, la mujer se convierte en figura mitológica, en objeto de deseo y en sujeto de enigma, siempre cargada de una potencia narrativa.
Temáticamente, su obra es una crítica a la modernidad entendida como utopía tecnológica. Muchas de sus pinturas hacen alusión al fracaso de los ideales progresistas de la posguerra, mostrando artefactos voladores de apariencia insectoide, escenarios industriales desolados o máquinas absurdas que evocan una humanidad desconectada. En ese sentido, Revilla se inscribe en una tradición crítica del surrealismo que, en lugar de celebrar el inconsciente como espacio de liberación, lo confronta como territorio de conflicto, desarraigo y transgresión.
Legado y crítica del arte contemporáneo
Carlos Revilla fue un artista que sostuvo una postura crítica frente a muchas de las corrientes dominantes en el arte contemporáneo. Se manifestó con frecuencia en contra de la espectacularización del arte y el papel predominante del mercado en la legitimación artística. En una entrevista concedida al diario El Comercio en 2018, expresó su escepticismo hacia figuras como Damien Hirst y Jeff Koons, a quienes consideraba exponentes de un arte vacío, sostenido por el poder económico y mediático más que por un compromiso estético o conceptual duradero. Según Revilla, ese tipo de producción estaba destinada al olvido, pues carecía de una conexión auténtica con las tradiciones pictóricas y la exploración personal del artista.
Defensor del oficio, de la técnica y del pensamiento visual, Revilla abogó por una pintura que supiera dialogar con la historia del arte, sin renunciar a la crítica ni a la invención. Su obra, profundamente informada por las vanguardias del siglo XX —en especial el surrealismo—, funcionó como una resistencia a la banalización del arte en el contexto contemporáneo. Esa actitud crítica, sumada a la intensidad visual y simbólica de su trabajo, le ganó un lugar particular dentro del arte peruano e internacional, siendo reconocido como una figura singular, difícil de encasillar dentro de los discursos dominantes.
En 2021, meses antes de su fallecimiento, fue homenajeado en la Noche del Arte, evento emblemático de la escena cultural limeña, donde se destacó su trayectoria como pintor y su contribución al arte peruano desde el exilio europeo. Este reconocimiento oficial marcó un momento de revaloración de su legado, que durante años se mantuvo al margen de las instituciones más visibles. Su influencia se hace notar en nuevas generaciones de artistas interesados en la pintura crítica, el surrealismo expandido y la recuperación de imaginarios visuales cargados de erotismo, ironía y extrañeza.